CAPITULO VI Se dice por ahí que los pollitos salen de un huevo, pero los niños huérfanos, Gómez, vienen de la luna. Acá, sentado en los escalones de la asociación, mirando la cordillera, todo parece lejano; pero para mí la luna, se lo digo yo, fue la teta de mi cholita boliviana. Hasta los tres años me dio de mamar y yo me sujetaba del pecho vasto mientras hundía la cara en la otra teta milagrosa. De ahí me arrancaron los curas del orfanato cuando ella murió. 14 años tenía, pobrecita. Se dice que me tuvo de parada, y yo lo creo, en la ranchería, y que vivió con un campesino hosco que la molía a golpes. Pero hasta los tres años yo recuerdo perfectamente la teta hermosa, el abrazo provechoso y esas cosas que las madres dan como al descuido, porque así viene la cosa, y con esa abnegación alzan a los hijos a la vida. Según tengo entendido, mi padre, Don Pompeyo Arjuna, era un hombre gigante en estatura y complexión, famoso por sus bromas de mal gusto. Se decía que una vez dio po