¿DE QUÉ TEMAS QUIERO/PUEDO ESCRIBIR?


“La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin”, escribe García Márquez. 

Debajo de las uñas de mis personajes, en cambio, suda la furia. 

La violencia, como una gota de ácido, ha ido limando sus vidas. Como una máquina de reproducción, les ha enseñado a replicarla en casi todos sus actos. El poder, también, el apetito de alcanzarlo es una máquina que multiplica el evento de sus apariciones. 

El Indio Sinchicay es torturado en un orfanato y luego abusado por un coronel. Tal vez sean metáforas de realidades menos evidentes, inscritas en la intolerancia de las religiones y los mandatos castrenses. Para lograr obediencia hay que romper, doblegar, moler. No siempre a palos. Bastan diez mandamientos y su interpretación. Un código de leyes civiles, comerciales, penales. 

La cultura muele. La cultura resucita. En esa dualidad, entre esos límites como horizontes posibles, se juega la existencia de mis personajes. 

Marina y Lautaro hacen un pacto suicida a los 12 años. El caso está tomado de la vida real. Ocurrió en La Dormida en 2001. El padre de La Niña desaprobaba el amor/amistad de aquellos niños. La familia también doblega y muele. 

Para mi la escritura no es un reflejo de la realidad. Es una máquina de traerla a la superficie, de develar aquello que late en la oscuridad de nuestras tradiciones más luminosas. 

“Te voy a manosear todo el tiempo las tetas”, le dice Gómez a una chica de 17 que le da charla en un bar. Es repugnante Gómez o la cultura patriarcal que cobija la cosificación de las mujeres (su presunta debilidad por mor de la naturaleza, su presunta inferioridad intelectual igualmente “natural”). 

Sí. Escribí un libro políticamente incorrecto porque hay una discusión en mí, unas ganas de mostrar, una rebeldía. No quise escribir un libro de amor, pero quién sabe si en el fondo no lo hice. Si en el medio del desparpajo de la violencia no hay alianzas posibles, familias posibles, hermandades y amistades que se levantan a pesar de los límites y el dilema de nuestra cultura. 

No hay inocencia en Occidente. Occidente es culpable, pero a nosotros nos urge una redención.

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